Existe un común denominador en nuestras conversaciones, formales e informales, relacionadas con asuntos de carácter público: la queja. En efecto, la realidad que nos rodea brinda muchas razones de inconformidad respecto a cómo se manejan los destinos de nuestra sociedad, ergo, los tomadores de decisiones se convierten en el objetivo de nuestras más agudas críticas: gobernantes, opositores y dirigencia en general, son el blanco de los dardos venenosos que abundan en nuestra argumentación.
En la mayor parte de los casos, el diálogo se reduce a los asuntos negativos: magros resultados de la iniciativa gubernamental, incompetencia de los funcionarios, pasado –y presente- oscuro de la clase política. Algunas veces, el calor de la discusión es fuente de inspiración y surgen alternativas de construcción de mundos ideales pero posibles. En pocas, pero afortunadas oportunidades aparece el cuestionamiento respecto a nuestro propio rol como generadores del cambio requerido.
Nuestro papel para posibilitar el cambio no es otro que incidir en la forma en que se toman las decisiones públicas, esto es, ajustar la estructura institucional de tal manera que las políticas obedezcan a la búsqueda del bien común en menoscabo de los intereses particulares que hoy día prevalecen en muchas directrices públicas.
No obstante, en esta instancia aparece tal vez el principal aliado de los individuos criticados: la falta de compromiso de quienes se quejan. Son muchos los escenarios desde donde se puede promover el ajuste institucional a base de trabajo honesto y desinteresado, pero son pocos los que deciden sumarse a la tarea. La ausencia de compromiso con proyectos de cambio se disfraza de escepticismo y suspicacia para ocultar la comodidad que también permea otros ámbitos de decisión cruciales para la existencia humana.
Mientras predominen las excusas sobre los hechos, seguiremos condenados a gobiernos ineficientes, incompetentes y corruptos bajo el amparo de la legitimidad que les confiere nuestra pasividad. Nuestro país exige romper la burbuja de la comodidad en la que estamos inmersos para comprometernos con la construcción de una nueva sociedad.
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