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Esta semana el presidente Santos fue protagonista en Nueva York, por un lado, al ser seleccionado para hacer un balance de los avances hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio ante la Asamblea General de las Naciones Unidas y, por otra parte, debido a la contundente victoria militar que le mereció el reconocimiento de la comunidad mundial.

Sin embargo,  a riesgo de ser descalificado desde el optimismo y la favorabilidad, es preciso recordar y enfatizar que los inobjetables logros de la política de seguridad democrática no pueden esconder los magros resultados en materia de pobreza y desigualdad. No puede ser posible que el país entero le abra la puerta a otros cuatros años de frustraciones en la lucha contra estos dos enemigos de todos los colombianos.

Afirmar, como lo hizo Santos en su discurso, que “hemos logrado cumplir, de forma anticipada, el 16 por ciento de los indicadores” es una celebración rayana con el cinismo, no sólo por lo exiguo sino también porque la más importante de las metas del milenio muestra un retraso vergonzoso. Veamos.

De acuerdo con el más reciente informe de la CEPAL, el avance hacia la meta de reducir a la mitad la pobreza extrema entre los años 1990-2008 presenta un resultado alentador en América Latina con un cumplimiento del 85% jalonado por Brasil y Chile pero también por países como Perú, Ecuador y Costa Rica. Desafortunadamente, Colombia ocupa uno de los últimos puestos con un porcentaje de avance apenas superior al 20%.

De igual forma, el informe cepalino muestra los resultados en materia de mejoras distributivas entre los años 2002 al 2008; periodo que coincide en Colombia con la consolidación de la seguridad democrática y que, como lo afirmó Santos esta semana, representó “el período de mayor crecimiento económico de los últimos treinta años”.  Entre los 18 países de América Latina objeto de análisis, Colombia conforma el selecto grupo de naciones donde la desigualdad aumentó junto con los colosos Honduras y Guatemala.

En síntesis y dados los resultados en pobreza y desigualdad, se puede afirmar que en medio de la euforia del triunfo militar tenemos que recordar que respecto a la lucha contra el principal flagelo de los colombianos, no hay nada que celebrar.

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