Este año que comienza en medio de pronósticos de crisis generalizada, es ocasión oportuna para invitar a tener grandes ideales como guía para la renovación de los propósitos personales y profesionales. Cada uno debe ser arquitecto del proyecto de vida, de vida plena basada en valores no de vida vacía colmada de excusas, teniendo en cuenta que recorrer el propio camino implica tener la capacidad de actuar, reflexionar y enmendar bajo el principio esencial de la coherencia de vida.
La crisis, sea de índole económica, política o social, tiene entre sus principales causas la incoherencia de dirigentes y dirigidos respecto a sus compromisos y obligaciones: ambición desmedida, corrupción y facilismo echan por tierra cualquier atisbo de nobleza en las metas de crecimiento, democracia o inclusión.
Estos nuevos tiempos exigen otros protagonistas y la coherencia entre pensamiento y acción son pieza fundamental en la construcción de mejores escenarios. Pensar y vivir tienen que ser una misma cosa, esto es, se deben estudiar las restricciones desde las ciencias sociales y humanas al tiempo que se debe ensanchar el terreno de lo posible desde la actividad individual y social. En este sentido y con la precaución necesaria para no dar cabida a la idiotez de lo perfecto, conviene someter a revisión los límites que se suelen asumir como supuestos inalterables al momento de tomar decisiones: los recursos son escasos, la democracia participativa es apenas parcial, alcanzar la equidad es imposible.
Los protagonistas de la realidad colombiana requieren la renovación que permita asumir con creatividad la lucha contra tales barreras con el fin de plantear medidas de política más allá de los paliativos tradicionales. La renovación de marras no coincide con intenciones de eternizar el poder en un par de manos, sea éste en un barrio, en una empresa o en el país; además, se necesita del compromiso de cada persona con el propósito de construir sociedad desde la coherencia de vida en dirección a verdaderos ideales para el bien común.
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