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Inconveniencia es la nueva palabra con la que el presidente Uribe nos determina la agenda pública del país. Por ejemplo, las cifras presentadas por Gaviria en su última columna muestran la dimensión de la habilidad que tienen Uribe y su equipo de comunicación política para imponer agenda mediática; hecho que al mismo tiempo ofrece pocas posibilidades de “reducir a Uribe a sus justas proporciones” como lo propone el Decano uniandino. Por el contrario, seguiremos hablando de Uribe por mucho tiempo: de sus decisiones y de nuestras confusiones y especulaciones al momento de interpretar sus pronunciamientos.

Se dice que en política el único hecho cierto es el que ya pasó, en este sentido, la tercera elección presidencial es una expectativa incierta que ilumina la visión limitada de los medios de comunicación en particular, y del debate público en general, para suplir la falta de capacidad para dar cuenta de los verdaderos hechos que marcan nuestra realidad actual, tales como las carencias y privaciones de desempleados, desplazados o desertores (de la educación o la milicia); se trata de la presencia silenciosa de verdaderas tragedias humanas con un telón de fondo de impávida transigencia por parte de la sociedad entera.

Inevitablemente, se seguirá hablando de Uribe; ojalá que en lugar de jefe de campaña, la alusión sea en calidad de gobernante de un país con múltiples demandas con el fin de evitar el carácter monotemático del actual diálogo público. En este sentido, es preciso superar el olvido en el que están inmersas las necesidades sentidas de la población por medio de la participación responsable de individuos y comunidades; de esta forma se puede alcanzar el estatus y la visibilidad suficientes de temas relevantes (generación de ingresos, reparación, retención, reintegración) para que la oportunidad de la deliberación electoral no se reduzca a la agenda sugerida desde Palacio.

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