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Estamos en tiempos complejos, como corresponde a todas las épocas que, jalonadas por la dinámica de los mercados, siempre imponen nuevos desafíos a los proveedores de servicios y productos de los públicos que atienden.

Hoy en día, en Colombia y el mundo, la transformación de las necesidades de formación que requieren los clientes potenciales de las instituciones educativas, reta a quienes las lideran a cambiar de paradigmas, para adecuarse a las nuevas circunstancias que las tendencias culturales y, por ende, sociales, demandan.

El tema, como siempre, es de liderazgo y, por tanto, de la capacidad direccionamiento estratégico que evidencian quienes son los responsables de la gestión en las instituciones educativas.

La propuesta institucional de los centros de educación, siempre se ha centrado en el refinamiento del producto y los servicios que se ofrecen desde el punto de vista de lo que piensan quienes dirigen tales instituciones. A ellos van dirigidas, con mucho respeto y cariño, estas palabras.

El tema de la educación nos lleva a remontarnos a las ancestrales escuelas de los filósofos clásicos como Sócrates, Platon y Aristóteles; que comcibieron modelos de pensamiento, comportamiento ético y búsqueda de la verdad, que marcaron la historia del pensamiento occidental, de manera indeleble. Los dos últimos crearon “escuelas” formativas como La Academia y El Liceo, centradas en la esencia de los conceptos de educación y formación en procura del encuentro con la verdad. Con ello, sus principios filosóficos fundamentales, transcendieron y sirvieron de cimiento al pensamiento propio de lo que entendemos como la cultura de occidente.

El pensamiento de estos exponentes de la filosofía griega, de cuatro y tres siglos antes de Cristo, permaneció gracias a sus regentes o rectores de tales instituciones, por casi mil años. Hasta su desaparición, coincidente con la caída del imperio romano y la pérdida de liderazgo de Roma sobre occidente, ante la nueva Influencia bizantina.

Luego, viene una época donde la formación se imparte dentro de las cortes de los reinos y principados en que queda dividida Europa.

Los cortesanos, protegidos por tales monarcas, acogen, en calidad de mecenas, la participación en las cortes de teóricos y consejeros políticos, intelectuales, filósofos y artistas eruditos en todas las ciencias y las artes, que se encargan de esta formación, de manera un poco aislada y parroquial, debido a que, la comunicación entre los reinos se hacía muy difícil, como producto de las guerras internas que no permitían una rápida expansión del conocimiento.

Pero, tal vez, ante el descuido de los soberanos: el conocimiento se iba almacenando, de manera ordenada y mejor clasificada, en los conventos de las órdenes religiosas que se expandían por Europa en esos tiempos.

Esta última circunstancia, permitió la evolución de las escuelas medievales de pensamiento que surgieron como iniciativa, fundamentalmente, de las propuestas religiosas de apostolado que promovían la libertad del pensamiento y el desarrollo de la intelectualidad, en medio de ambientes monacales que evolucionaban marcando una tendencia de formación humanísticas y científica de las personas, como nunca antes se había visto. Algo así, como el primer antecedente histórico de lo que, a fines del siglo veinte, la Iglesia fue promoviendo ante el mundo científico como la maravillosa relación entre razón fe, que ya en la época de Santo Tomás de Aquino, alumno de la universidad de París, que más tarde se reconocería como la prestigiosa universidad de La Sorbona, plasmó en la Suma Teológica con maravillosa maestría.

El conocimiento almacenado en los conventos religiosos empezó a brindarle a los monjes la oportunidad de expandir ese cúmulo de información, acompañado con la oportunidad de evangelizar a todo aquel que podía acercase a esos centros de formación, dando inicio, entre los siglos XII y XIII, al boom de las universidades que, jalonadas por la aparición de la de Bolonia, prontamente dieron principio a la de Paris, Oxford, Salamanca y otras muchas que aún han llegado a nuestros días.

Por último, quisiera destacar la aparición de la Escuela Prusiana en el siglo XVIII que se centra en la educación de los niños y jóvenes con el fin de prepararlos para la sociedad preindustrial que, inspirada en la antigua escuela griega de Esparta, propondría un régimen excesivamente disciplinado y estratificado, con el propósito de formar estudiantes de manera rígida, dentro de un modelo único formativo que servía para la consolidación de un Estado autoritario y una sociedad que se preparaba para las exigencias de los nuevos métodos de producción y trabajo, basado en la mejora de la productividad, que presagiaba la produccion en serie y la división del trabajo. Esto sería parte del nuevo modelo de industrialización.

Este concepto, desconoció el principio básico de individualidad que concibe a las personas como únicas, libres e irrepetibles. Procurando clonar las personas, con base en su estatus, lo que conduciría a la creación de una nueva categoría social que concebía a los trabajadores como piezas que formaban parte integral del equipamiento de las fábricas. Este sería el embrión que conformaría una masa social que prontamente se identificaría como el proletariado. Lo que provocó tensiones sociales que, con base, también, en las teorías marxistas, producían contradicciones sociales generadas por una nueva dinámica social revolucionaria que pronto se manifestó como la lucha de clases. Situación aún no superada en el medio latinoamericano.

Este modelo prusiano de educación, aún hoy en día, se evidencia con la tendencia a la formación magistral, centrada en el profesor que ilustra con base en la transmision de una serie de ideas que no pueden ser cuestionadas por sus estudiantes, en la medida en que su concepción diversa del mundo y de las cosas, pude llevar a ser considerada por el profe como un atentado contra el “manual de convivencia”, contaminado aún, por los conceptos de formación prusiana que, francamente, estamos retrasados en considerar obsoleta.

Asi llegamos al final del siglo veinte donde empiezan a incidir, de manera rápida, novedosa y agresiva, nuevas metodologías de formación, acompañadas de principios tecnológicos que van dominado el ambiente, facilitando los medios de investigación y desarrollo de occidente, con el acompañamiento de una nueva disciplina que, fundada en conceptos de administración, se complementa con los conceptos de estrategia, para buscar medios de progreso y mayor eficiencia en las empresas y organizaciones productivas. Así se empieza a formar una nueva concepción filosófica del hombre atada al principio del trabajo como medio de servicio a la sociedad, unido al concepto de valor, que alimenta la teoría económica y administrativa con los nuevos conceptos de gerencia y la estrategia.

– Lo primero que quisiera resaltar, es que, la educación, implica formar y no solamente informar. Hay un propósito superior, por tanto, en el concepto: acompañar los procesos de desarrollo morfológico, intelectual y espiritual de las personas, de conformidad con su estado actual y su potencial, con el fin de prepararlas frente a un futuro incierto. Este nivel de incertidumbre se debe a la acelerada dinámica social que tumba paradigmas para crear otros nuevos, lo que exige una concepción transformada de los modelos de enseñanza que demanda, de quienes lideran el proceso, un entendimiento claro de lo que los individuos buscan cuando de educación se trata.

La información se adquiere hoy en día por procesos que son cada vez más económicos y eficientes, gracias a la informática. La inteligencia artificial es, hasta hoy, la expresión más significativa de este recurso. Pero, el cómo y para qué se maneja esa información, determina el objeto de la educación como aquí la proponemos. Y, para lograrlo, se requieren instituciones educativas adecuadas para este desfio, basadas en un modelo de gestión del sistema educativo que proponga una ruptura contra la tradicional forma de gestionarla.

– Esto nos lleva al siguiente punto: Gerenciar, no es simplemente administrar.

Es frecuente y casi que generalmente aceptado, en medio de los ambientes de las instituciones educativas, confundir la gestión gerencial con la gestión administrativa. Para poderlas diferenciar, debemos acudir al objeto de cada una de estas disciplinas. El administrador, como bien lo dice su nombre, administra. Pone en orden las cosas que atañen a la organización y propende por lograr eficiencias en cada uno de los procesos, de manera independiente a los propósitos fundamentales de la institución. El administrador, atado por este paradigma, generalmente, es el que primero se opone al cambio y la concepción de nuevos paradigmas. Su formación y su compromiso con la estabilidad y el “statu quo” lo lleva a ver amenazas ante las propuestas novedosas de hacer las cosas de manera diferente.

En cambio, el gerente, como aquí se propone, gestiona en función de la máxima satisfacción de los clientes, actuales y potenciales. Busca nuevas oportunidades de desarrollo del producto y los mercados. Sus herramientas están atadas a la visión prospectiva que lo lleva a cuestionarse los procesos y la razón de ser del negocio, en términos de sostenibilidad y crecimiento en el largo plazo; asi como a la identificación de las nuevas tendencias que se vislumbran en la evolución social y política de la sociedad y la diversidad de los públicos que, a futuro, la conforman.

– Por otra parte, debemos tener presente que “la estrategia es al gerente, como el barro es alfarero”. No puede existir el uno sin el otro. El gerente que siente que su creatividad estratégica se agota, tiene la responsabilidad de apartarse de su cargo para dar paso a quien tenga las habilidades para reemplazarlo. La junta directiva, de la cual depende, debe exigírselo en el caso de que este no tome la decisión. No hacerlo, es un atentado contra la esencia de la institución y su supervivencia.

La estrategia exige, de quien la lidere, tener la capacidad suficiente para alinear todos los los procesos de la organización, con el fin de satisfacer los mercados y la búsqueda de otros nuevos para soportar su crecimiento. Siempre respetando la propuesta corporativa, fundada en la Misión, la Visión y el conjunto de valores humanos y profesionales que la soportan.

– No podemos olvidar que toda empresa: una institución educativa como tal, requiere de un propósito que atiende al fin trascendente para el cual los fundadores crearon la institución. Posteriormente, los responsables de mantenerla (asamblea), procurarán conservar ese legado, pero actualizando las formas a la evolución de la cultura de la sociedad en la cual está inscrito. ¡Sin cambiar la esencia!

Es aquí, donde la junta directiva, por intermedio de la gerencia y su staff, se juega su destino. Es por ello, que la creación de los procesos para la implementación de una adecuada cultura organizacional exige la clara identificación y divulgación de lo que, en esencia, es la organización a la que se pertenece.

– Teniendo claro lo anterior, “el desafío ahora es la sostenibilidad”.

Es evidente que los institutos de educación como las universidades y colegios acusan un estado común de angustia por la disminución de alumnos. Precipitadamente, justifican la disminución de la facturación por la reducción del número de hijos y familias.

Deberían revisar más a profundidad esta hipótesis. Todos se han enconchado aplicando políticas de reducción del gasto, coyunturalmente necesarias. Pero, muy pocos, se han atrevido a mirar cómo su mercado ha evolucionado en el entorno social en que estám inmersos. Hay que enfrentar esto, para poder satisfacer adecuadamente las nuevas necesidades de formación de los niños y jóvene; y asi prepararlos para enfrentar con éxito los nuevos retos que les impone la sociedad.

Es con base a lo anterior que, para finalizar, los invito ahora a considerar que: “La formación y la experiencia gerencial de quien hace cabeza en la organización es condición necesaria para asegurar su sostenibilidad en el largo plazo.”

Jairo A Trujillo Amaya
Consultor para la Alta Dirección.

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