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Si en un portafolio se combinan acciones de grandes empresas norteamericanas y extranjeras, su volatilidad se minimiza cuando estas últimas alcanzan un 40% del valor total. Por otra parte, el efecto de reducción de volatilidad empieza a desvanecerse una vez que la exposición internacional llega al 30%. Son las conclusiones de “Fidelity”, de acuerdo con el estudio de treinta años mencionado en el “blog” anterior. Mediante ese 30%, obtuvieron 94% de los beneficios potenciales. Aclaran que en períodos cortos el efecto puede ser contrario al deseado. 

Como ocurre siempre con el tema de diversificación, existen dos formas de abordarlo. Una consiste en efectuar movimientos tácticos,  de acuerdo con las expectativas propias. En la otra se determina desde un comienzo una distribución estratégica, con la idea de mantenerla a través del tiempo, a menos que se produzcan cambios importantes en los objetivos buscados.

Como hemos visto repetidamente en este “blog”, estudio tras estudio, experiencia tras experiencia, demuestran que los ahorradores no profesionales cometen permanentemente costosos errores al tratar de anticipar el rumbo de los mercados. Y el historial de los profesionales no es que sea particularmente mejor. Al fin y al cabo, ¿quién puede saber qué mercados van a sobresalir en los próximos años? Como se pregunta Fidelity, ¿quién hubiera podido prever que en 2007 los mercados emergentes habrían de ser los triunfadores entre todas las clases de activos, y que en 2008 quedarían de últimos para volver a sobresalir en 2009?

Después de una fuerte subida de los precios -en el caso que nos ocupa, las acciones internacionales- es cuando la mayoría de los ahorradores llega a la conclusión que éstas efectivamente deben hacen parte de un portafolio correctamente diversificado. Pero, como anotó alguna vez el profesor Meir Statman, financista de comportamiento de la Universidad de Santa Clara en California, lo que en general se hace es montarse en el bus de esas inversiones calientes. Apenas se enfrían, se tiende a olvidar del todo el concepto, lo cual conlleva a la práctica destructiva y nefasta de comprar caro y vender barato.

Quien se diversifica internacionalmente se coloca en una posición favorable para poder beneficiarse a largo plazo del crecimiento económico en diferentes partes del mundo, a sabiendas de que a corto plazo el camino seguramente resultará pedregoso. Claro que para que una inversión beneficie al portafolio, no sólo debe tener una baja correlación con el resto de los componentes, sino también generar por su parte un retorno positivo.

Una diversificación internacional tiene mucho sentido desde un punto de vista matemático. Pero existe otro componente psicológico que nos incita a ir en contravía, debido a un sesgo mental en favor del país de residencia, y a pesar de que muchas veces se cuenta con una muy baja, o nula, exposición extranjera.

Un portafolio internacional no involucra necesariamente un mayor riesgo que uno concentrado en el mercado norteamericano. De acuerdo con un estudio de “Morningstar” en 2008, la desviación estándar de las acciones norteamericanas en los últimos 10 años  (qué tanto han oscilado los retornos alrededor de su media) fue de 15.4, contra 15.5 para las acciones internacionales (promediando un país con otro e incluyendo los mercados emergentes.) 

Es cierto que las correlaciones entre los diferentes países del mundo han aumentado, pero el hecho de que suban y bajen al mismo tiempo no significa que generen idénticos retornos: las correlaciones pueden llegar a ser estrechas, pero los retornos totalmente diferentes. Una cosa es que suban o bajen juntos, otra que lo hagan en el mismo porcentaje.

Las respuestas correspondientes al “blog” anterior son:

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hadler@stanfordalumni.org

 

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