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En días pasados, Julio Sánchez Cristo reveló en La W que en la próxima reunión que sostendrá el presidente Juan Manuel Santos con sus ministros, en Hato Grande, también asistirá el consultor político y experto en comunicaciones Miguel Silva. Según el Mandatario, en su relación con los medios sus pupilos no han sabido darle relevancia a sus mayores logros.

 

Sin embargo, para este humilde consultor, la contratación de Silva, para que ayude a los ministros a ‘informar bien a la opinión pública’, muy poco podrá ayudar en este propósito. De hecho, y de eso estoy absolutamente seguro, los jefes de prensa de cada ministerio están haciendo muy bien su labor. A la mayoría de los cuales conozco muy bien por su trayectoria y profesionalismo.

 

Es que el problema, y eso no lo ha entendido el Presidente, no es de información. Lo que pasa es que la mayoría de sus ministros no saben hablar, no son coherentes con lo que dicen, no llevan un hilo conductor a la hora de expresarse, no llaman la atención, no utilizan un leguaje persuasivo, no sientan posiciones. A excepción de Vargas Lleras, los demás no construyen discursos. Y eso, aunque muchos no crean, tiene su ciencia y se utiliza mucho en el mundo de los negocios.

 

Así se desprende de un análisis que les pedí hacer a unos amigos de una firma de consultoría organizacional (prefirieron mantener su nombre en reserva), donde ayudan a los gerentes a mejorar su liderazgo a partir de escuchar la manera como se expresan y lo que dicen. La cosa es bien novedosa y se basa en modelos que estructuran para desarrollar lo que ellos llaman la marca personal, donde el lenguaje juega un papel primordial. Se convierte en una herramienta, en un instrumento, en una especie de firma, en un sello.

 

Y en esta prueba, de los ministros de Santos al parecer solo se salva Vargas Llegas. Todos los demás se rajan rotundamente. Dicen los expertos que el ministro de Vivienda, entre otras cualidades, administra bien lo que dice por cuanto ‘siembra ideas’ cada vez que habla. Y que jamás pone en tela de juicio su buena gestión y su responsabilidad frente a los ciudadanos, sean cuales sean los resultados. “Lo hace muy bien y en algunos de sus discursos usa una estructura que llamamos raíz cuadrada: Primero hace un recuento de los resultados anteriores de forma poco exagerada. Luego es muy enfático al narrar la manera como se superaron las dificultades y los obstáculos y finalmente engrandece los resultados, lo que genera un efecto dominó en la mente de los oyentes de enormes proporciones”.

 

Caso contrario ocurre, por ejemplo, con el ministro de Minas, Federico Rengifo, que se pega unas enredadas terribles (esta apreciación es mía). Su estudio revela que se extiende en los antecedentes y no contesta puntualmente las preguntas, lo que hace que los periodistas tengan que presionar sus respuestas. Y aunque tenga razón en lo que dice o sepa del tema, no sabe manejar la técnica de ‘evasión’, lo cual es otra ciencia (debería aprender de Uribe) y eso le hace perder credibilidad y le resta a su marca personal. “Sus respuestas son más bien reactivas que estratégicas”, a juicio de los expertos.

 

Y en un término medio está la ministra de Relaciones Exteriores, María Ángela Holguín. «Es juiciosa y prepara bien sus argumentos pero se embolata por momentos cuando la presión es muy fuerte y cuando tiene que abordar temas que requieren generar favorabilidad instantánea. Aunque tiene una imagen bien leaborada, ha tenido algunas salidas en falso que la han dejado mal parada, como por ejemplo cuando anticipó que la decisión de la Corte de La Haya iba a ser salomónica”.

 

En materia de crear marca personal deberían aprender los ministros del Presidente Santos, que pese a sus problemas de dicción es un maestro a la hora de fijar posiciones, de expresar ideas coherentes y de utilizar un lenguaje persuasivo. Y en este sentido ha estudiado y se ha preparado con juico. De otra manera jamás hubiera llegado a ser presidente de Colombia.

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