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Recuerdo que en el pesebre de la casa, el mismo que construíamos con tanto entusiasmo entre todos los hermanos y al que mi papá le ponía tanto empeño,  había un muñequito al que le decíamos ‘Tirofijo’. Sin darnos cuenta la violencia se nos había colado entre las inocentes imágenes de la Virgen y San José, la mula y el buey.

 

Tendría apenas 8 o 10 años. Pero ya entendía que había nacido en un país rodeado de violencia, la que al principio sentía tan lejana pero que poco a poco fue creciendo a medida que yo también crecía con los años.  Era una proporción extraña.

 

Y pese a haber hecho parte de una familia de 7 hermanos, por lo general siempre hubo comida abundante, de esa que llegaba todavía a la mesa con olor a campo. Y hubo estudio y casa buena, todo gracias a la tozudez y el amor de una mujer campesina que dejó el campo para ir a la ciudad a educar generaciones de estudiantes que germinaron gracias a sus enseñanzas.

 

Pero nadie nos educó para la crudeza de la violencia, la que llegó después, la que nos tocó a esta generación: la de la guerrilla fortalecida, la de los traquetos, la de los  paramilitares, la de los políticos que corrompieron el estado y le vendieron su alma al diablo.

 

La misma, que como en el pesebre de la casa, se coló en miles de hogares del campo y de las ciudades y que llenó de sangre y dolor toda nuestra geografía. Quizás a usted o a mí no nos golpeó de frente, pero sabíamos que estaba allí destruyendo familias que algún día fueron como la suya o la mía.

 

Y la pobreza creció y los cinturones de miseria rodearon las ciudades. Y la violencia se multiplicó en las comunas y en las calles por donde solo algunos tuvimos la suerte de caminar rumbo a las universidades.

 

Y los años me siguieron pasado y frente a mis ojos no hubo mayores cambios… la misma violencia solo que con otros guerrilleros, con otros traquetos y con otros políticos corruptos que venían haciendo ‘escuela’. Y lo único que cambió fue que los ricos se volvieron más ricos y los pobres miserables, en un país lleno de riquezas.

 

Por eso hoy sueño con la paz, para que ojalá algún día a todos los hogares de Colombia les llegue a su mesa comida todavía con sabor a campo. Para que sus hijos vayan a la escuela y para que las familias tengan un futuro como lo tuvieron la suya y la mía… Y  para que jamás vuelva a haber un  ‘Tirofijo’ en un pesebre, cueste lo que cueste, así tengamos que perdonarlos a todos, a los guerrillos, a los paracos, a los traquetos y a los políticos corruptos, la semilla que germinó todo este odio y toda esta violencia.

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