Eran días de mucha zozobra… sobre El TIEMPO pesaba la amenaza de un ‘bombazo’. En las terrazas del periódico siempre estaban apostados soldados con ametralladoras de largo alcance, pues existía el rumor de que Pablo Escobar iba a estrellar una avioneta cargada con dinamita contra el diario. Y por lo general, las amenazas del capo siempre se cumplían.
Dos y hasta tres veces al día, perros antibombas recorrían toda la redacción y esculcaban con sus hocicos nuestros escritorios.
Y bajo esa incertidumbre transcurrieron varios meses.
Pasadas las dos de la tarde, de ese 2 de diciembre de 1993, Miller Rubio, uno de los redactores de judiciales, levantó la bocina de su teléfono, hundió la tecla que entonces nos permitía hablar por los parlantes de la redacción (que ya no existen) y gritó a todo pulmón: “Acaban de matar a Pablo Escobar Gaviria !!!! ”…
Luego vino un silencio de incredulidad que se prolongó por unos segundos… y después estalló toda la redacción en una algarabía infinita de gritos y de aplausos que se prolongó por largo rato… todos gritábamos de júbilo y después nos abrazamos…
Entonces Pacho Santos y Édgar Torres, el editor judicial, se pusieron al frente de la edición especial en la que todos aportamos en El TIEMPO, incluso varios reporteros salieron a las calles a distribuirla ya que estuvo lista en tiempo récord a las cuatro de la tarde.
Después, un agente llamó para ofrecer la foto del cadáver de Pablo Escobar en la morgue, la cual le daría la vuelta al mundo.
La paz había vuelto a nuestras vidas y todos en el fondo sabíamos que esa era, quizás, la única vez que la muerte de alguien nos causaría tanta alegría.
Ese mes terminé mis prácticas de un semestre en EL TIEMPO, y en enero de 1994 me contrataron como redactor Económico.
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