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hadler@stanfordalumni.org

La asamblea anual de accionistas de Berkshire Hathaway, la empresa dirigida por Warren Buffet, es un evento multitudinario. Y sus informes anuales, además de muy educativos,  son muy amenos. Al final, incluye un tema de actualidad que lo anda inquietando.

A raíz de un evento que apareció en la sección social de El Tiempo la semana pasada, relacionado con el lanzamiento de un fondo de inversión, me vino a la la mente su informe del 2005.

Por la importancia que debe tener para quien esté realmente interesado en establecer un portafolio adecuado, y relacionado con el blog anterior, “La importancia de los costos a la hora de invertir,” me he permitido incluir en esta entrega una versión más o menos libre de esa pieza. Quienes estén interesados en la versión original, pueden encontrarla en http://www.berkshirehathaway.com/letters/2005ltr.pdf

Imagínese por un momento, escribió el señor Buffet, que todas las empresas norteamericanas perteneciesen a una misma familia. Vivieron próspera y armoniosamente a través de las generaciones, viendo como se aumentaba su capital. Repartían por partes iguales las utilidades logradas por el conjunto de sus empresas, que en ese entonces alcanzaban $700.000 millones de dólares al año, una vez descontados los impuestos.

Pero un buen día se les acercó, a cada uno separadamente, un grupo de “ayudantes.” Su propuesta fue que, de actuar independientemente, podían ganar más dinero de lo que venían logrando. Sencillamente, dijeron, basta ser más inteligente que sus parientes, y negociar con ellos parte de las propiedades. Mediante el pago de una comisión, obviamente, ellos se ofrecían a asesorarlos.

Aceptada la propuesta, la familia, como un todo, era aún propietaria de la totalidad de las empresas. Pero ahora, ya no todos poseían cantidades iguales. Y las ganancias totales ya eran menores, porque era necesario descontar las comisiones. Y claro, a mayor el número de transacciones, menor el ingreso neto de la familia. Obviamente los comisionistas estaban felices, y hacían todo lo posible por promoverlas.

Como no a todos los miembros de la familia les estaba yendo igual de bien, apareció un segundo grupo de “ayudantes”, quienes sugirieron que para salir adelante en el juego de “derrotar a los hermanos” era necesario contratar administradores profesionales, claro está, como ellos.

Aceptaron la propuesta, pero no se detuvieron demasiado a pensar en los efectos de un nivel adicional de gastos.

El descontento de la familia aumentaba día a día. Cada miembro contaba ahora con dos baterías de profesionales, pero en conjunto, las finanzas familiares seguían deteriorándose. ¿La solución? Por supuesto, obtener más ayuda.

Llegó bajo los títulos de “Asesores Financieros” y “Consultores Institucionales”, cuya misión era asesorarlos en la selección de los administradores. Ya muy frustrados, dieron la bienvenida a este tercer nivel de “ayudantes”, reconociendo que ellos mismos eran incapaces de escoger las acciones, ni tampoco los administradores adecuados.

Cabía preguntarse si sería tarea fácil escoger a los asesores y consultores adecuados. Pero eso no pasó por la mente de ninguno de ellos.

Ahora contaban con tres niveles de ayuda, bastante costosa por cierto. Pero cada vez los resultados eran peores.

Providencialmente apareció un cuarto grupo de profesionales, pero esta vez presentados como “hiper-ayudantes.” Su planteamiento fue que los malos resultados se debían a que los ayudantes, (comisionistas, administradores profesionales, consultores) no estaban suficientemente preparados ni motivados, y se limitaban a seguir la manada.

Pero ahora, además de los gastos que en forma de porcentajes fijos venían pagando, la familia se vio involucrada con un nuevo rubro de gastos contingentes, dependiendo de los resultados.

A algunos de los miembros de la familia les pareció reconocer que estos “hiper-ayudantes” eran los mismos administradores profesionales que ya tenían contratados. Pero ahora se presentaban con vestimentas diferentes, y con títulos más glamorosos, como “Fondos de Cobertura” o de “Capital Privado”. Pero terminaron convenciéndolos de que estos nuevos uniformes proveían poderes mágicos, tal como sucedía con Clark Kent cuando se transformaba en Supermán. Tranquilizados con la explicación, decidieron contratarlos.

Concluye el señor Buffet que éste es el estado actual de cosas: un porcentaje cada vez mayor de las utilidades parando en las manos de un ejército creciente de ayudantes. Obviamente, escribe, les hubiera ido mucho mejor sin hacer nada, limitándose a disfrutar ene sus mecedoras.

Particularmente costosos son los últimos arreglos, bajo los cuales los ayudantes reciben una importante tajada de las ganancias (quizás por su inteligencia, o quizas sencillamente por suerte). Y claro, cuando se producen pérdidas -incompetencia, mala suerte y en ocasiones por la mala fe de los ayudantes- estas corren por cuenta del inversionista.

Este tipo de arreglo, calculaba el señor Buffet, en el que “cara gano una buena tajada, y sello usted pierde todo,” le cuesta a los inversionistas un 20% de las utilidades empresariales.

Isaac Newton, muy mal financista, y víctima de una de tantas burbujas, manifestó alguna vez: “Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no la locura de la gente.” Si no hubiera quedado traumatizado por sus pérdidas, plantea el señor Buffet, hubiera descubierto la cuarta regla del movimiento: “Para los inversionistas, tomados como un todo, el retorno decrece inversamente a su movimiento.”

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